miércoles, 17 de noviembre de 2010

Ego pútrido

Te encanta que te adulen. Te enorgulleces de tus nuevas e incipientes creaciones que facturas con el rabillo del ojo posado en la visita de turno, de quien aguardas impaciente la pertinente proclama de tu exitoso genio.
Alimentas tu orgullo de aprobación externa, incapaz de valorar realmente por ti mismo el proceso, el aprendizaje, las búsquedas... que realmente importan. No recapacitas, no asumes, no escapan tus ojos de ese ombligo que acoge pelusa revuelta.

Y no apruebas salvo aquello que está por debajo, a quien halagas con falsa palmada. Ignoras la equidad o la evidente superioridad del sensible, del profundo, del que siente por encima de cualquier vacío objetivo. Nunca valoras lo que podría enseñarte. La indiferencia o el desprecio son tus armas, incapaz de gozar de la virtud ajena, persiguiendo el defecto.
Resbalas por esa lubricada pendiente que es la envidia. Pesar por el bien ajeno definió mi madre con acierto.

Sin embargo te abruma la pena. Consciente de tus propias miserias, te corroen los celos, te pervierten sus ecos. Y corres, corres, corres... huyes de tu inmediato reflejo teñido de esperma; que no actúa sino cómo un patético velo de tus propias carencias. Que aumentan día tras día, transgrediendo tu real orgullo, maximizando tu error...
El error de quien en el fondo se sabe víctima de su propio veneno, de la savia podrida que le corre por dentro

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