domingo, 23 de enero de 2011

Choque de océanos

Las once de la noche, regreso a casa a pie, el frío es intenso. La distancia y el tiempo que llevo caminando producen una automatización de mis movimientos y percepción. Sólo discurro por la senda que me lleva al calor de mi casa. Nada importa, todo es en vano. El objetivo está mas que claro y comienzo a vislumbrar su luz.
Y entonces ocurre. Vagamente giro mi cabeza y observo las verjas. Tras ellas el patio, sumido en penumbra. La cuesta. Las puertas negras...

Hace ya tiempo que pienso en mi vida y puedo remitir veinte años, sin embargo la visión de mi antiguo colegio me embruja especialmente. Los recuerdos mutan, se vuelven inconexos y se funden con la niebla de la nostalgia.
Aquellos árboles, y ese verde ácido que me fascinaba de niño. La frondosidad del jardín creaba una mágica apariencia a mis ojos, y éste era víctima irredenta en las manos de mi imaginación.
Las carreras a lo largo de esa inmensa cuesta que hoy podría subir en apenas varios pasos. La luz del sol de un verano que tardaba tanto en llegar, cuando los años eran centurias. Los cambios: la primera verja oxidada, los primeros columpios, las raídas butacas del salón de actos...

Mis pies no se detienen, presos del automatismo jadeante que me conduce a la lumbre de mi hogar. Así que el colegio da paso a esa acera en la que pasaba las tardes tras una larga jornada. Apoyado en la repisa de la tienda de chucherías. Partidos de fútbol en los que los bancos eran porterías. Dos horas, de cinco a siete. Eternidad

Choque frontal entre océanos: El recuerdo se funde con la ensoñación. Los quince, veinte años... transmutan la memoria. La sensación que experimento se asemeja en un porcentaje demasiado alto a la vivida al despertar. Mi pasado lejano me sonríe desde su distante altar. Se nublan los ojos, pero a pesar de ello, le correspondo con otra sonrisa. Le guiño el ojo en señal de aprobación. Crece mi gozo al sentir que pese a todo, podemos quedar cuando nos plazca. El niño que construyó castillos en árboles hizo algo más. Aprendió a vivir soñando y hoy reafirma su lección.